Madrid, la ciudad del eterno tránsito
movimiento
velocidad
Como el conejo de Alicia, somos esclavos del reloj y vamos corriendo a todas partes. Corremos por encima del agua, como los hijos de dios, pero estamos con el agua al cuello; corremos para huir de la sombra que nos persigue a todas partes, el yo que no vemos, pero que se sienta a beber a nuestro lado cuando nos sentimos vacíos.
¿Vacíos de qué? No sabría decirle: mi mente está vacía; aunque por ella pasan diariamente millares de quehaceres, conversaciones, sonrisas... pero ninguna se queda, se marchan sin dejar rastro, o quizá soy yo la que se va, pues estoy yendo continuamente de un lado para otro, siempre corriendo, con la mente en otra parte, incapaz de parar...
En mi histeria de movimientos tengo la falsa sensación de que todo va bien, o por lo menos va; ha de ser un amigo el que me ponga delante del espejo y me diga: "mírate bien: ya no tienes ilusión". Y, por mucho que odie reconocerlo, acepte que mis manos nunca han sido tan capaces y nunca se han sentido tan inútiles... ni mi pecho tan angustiado, mi corazón tan pesado ni mi cerebro tan asolado, expropiado, y descuidado... Sí... creo que mi "cuarto de atrás" ha sido invadido... como mi tiempo... mi tiempo y mi espacio se me han escapado como arena entre los dedos. Me los han quitado de las manos, los han llenado de cosas -tareas, compromisos, palabras- y no sé qué hacer con el poco espacio que queda. Ni siquiera puedo sentarme a pensar.
Por lo menos me queda esta libreta, que voy manchando con la tinta de mi angustia y mis sueños, en momentos robados al movimiento del mundo, instantáneas de luz que yo dejaba anotadas en la lista de "cosas para pensar". Y ahora he de dejarla para sumirme de nuevo en el frenesí de vivir muriendo, hundiéndome cada vez más en la sombra, alejándome de mí misma y convirtiéndome en el monstruo que no veo en el espejo, sino reflejado en los demás... o como lo llaman comúnmente... en un ser adulto.
La acidia
La acidia es la expresión última de la desgana, saluda con una sonrisa forzada, automática, ríe con una risa prestada, se inyecta café en las venas... la acidia ha perdido el sentido de las cosas, es incapaz de disfrutar, de estarse quieta por un momento y vivir el presente, se siente eternamente fuera de las situaciones, es una cosa más muerta que viva, se está convirtiendo en un autómata; incapaz, como decía de disfrutar de lo inmaterial, uno de los pocos consuelos que le quedan es el placer de lo material. La acidia disfruta íntimamente con los objetos, como si los engullera, compra objetos siempre que puede, aunque no los necesite, entonces, ¿para qué? Quizá se ha rebajado hasta tal punto en la escala de lo humano que siente a los objetos como sus semejantes, dicho de otro modo, quizá está tan anestesiada por el sueño materialista que cree que los objetos están más vivos que ella.
¿Cómo empezó la acidia a desconectar de la experiencia real? Fue precisamente gracias a la capacidad de estar "siempre conectada": un aparatito en su bolsillo le avisaba instantáneamente de todo lo que estaba sucediendo en el mundo. ¿En qué punto sus ojos juraron fidelidad a la pantalla y su boca esclavitud a los mensajes de texto? ¿En qué momento sus dedos, adictos a la pantalla táctil, se volvieron insensibles a las caricias del mundo real? En algún momento el corazón se acostumbró a la distancia, cambió comunicación por telecomunicación y está actualizando a su última versión las definiciones de confiar, compartir, amar.
Huelga espiritual
Todas mis facetas, todas mis yos, se han reunido esta noche en mi cama para firmar este manifiesto. Nos declaramos en huelga espiritual, de hoy en adelante y de forma indefinida, hasta que recobremos el sentido de nuestro devenir. Vamos a ralentizar nuestro ritmo de vida, a permitirnos momentos de desconexión, a sacar a la persona que llevamos dentro del autómata, detrás de la máscara; y a buscarla detrás de las máscaras de los demás.
Reclamamos para nosotras el derecho a atrincherarnos, nuestro cuarto de atrás, un espacio-tiempo para la intimidad. Necesitamos construir una trinchera interior -una barrera permeable, necesaria- para separarnos del flujo de datos y personas, para construir dentro de esa trinchera un remanso donde pueda existir algo parecido a un yo.
Una vez tengamos este espacio-tiempo, esta sede del yo, seremos capaces de elaborar de nuevo fantásticas ideas, proyectos, de ampliar nuestra biblioteca, y de lidiar con la escuela, el supermercado, los hobbys y las situaciones sociales. Viviremos en una celebración continua -una fiesta interior... Fuera de la trinchera, el cambio quizá sea imperceptible -nuestra sede es invisible- pero necesitamos organizarnos, necesitamos crear nuestra propia subjetividad... como base desde la que buscar la autorrealización... y no nos vamos a mover hasta conseguirlo.
Nos declaramos, según lo dicho, en huelga espiritual.
Firmado:
todas las Sonias