19 enero 2014

Sushi-bar

Cuando le dije a Ignacio Castro que iba a hacer una performance, me dijo que la performance existía a costa de que en la realidad no pasara nada.








Hoy he ido a comer a un restaurante japonés y no he podido evitar fijarme en la barra que recorría la sala y por la que iban desfilando platitos de colores llenos de manjares. Se me ha encendido la bombilla: ¿y si escribimos un mensaje subversivo y lo ponemos en la barra para que todo el mundo lo lea? A mis amigos les ha hecho gracia, pero no se atrevían a hacerlo, sobre todo porque estábamos bajo la solícita vigilancia de los camareros y muy cerca de los cocineros que se ocupaban de la barra.

De todos modos, he insistido en mi travesura y he sacado un papelito. No sabía qué escribir, la comida estaba muy buena y no tenía demasiadas ganas de boicotear al local. Tyler Durden no habría dudado en mi lugar, él habría estado con los cocineros deslizando mensajitos en los makisushis... pero me he contentado con dibujar unos cuantos pececillos y un cangrejo, unas florituras y el texto "Oishii! Qué bueno está todo!". Parecía una inocente dedicatoria hasta que le he sacado las tripas a un pescado que tenía el ojo en X, y a su sonriente compañero le he puesto un anzuelo en la boca (con un poco de sangre).

En un momento en que nadie miraba, he colocado el papel en un plato vacío.

El platito iba pasando por todas las mesas, yo disimulaba y me aguantaba la risa y le preguntaba a mis amigos, para no mirar, cuál era la reacción de la gente.

Nadie se daba cuenta.

Únicamente un señor que estaba sentado de cara a la barra un par de asientos más allá lo había visto... y nos miraba de reojo.

Al final, el papelito dio la vuelta y volvió a nosotros, que éramos el punto de partida, porque estábamos al lado de los cocineros. Vi cómo uno lo cogía velozmente, y recé por que tuviera sentido del humor, y me arrepentí de haber hecho la broma, y me imaginé que las camareras empezaban a gritarnos en japonés como en una película de acción...

Pero nada de esto ha pasado: hemos pagado, hemos saludado al dueño y al pasar por la cabina de los cocineros he visto mi papelito destellear sobre su mesa. Quizá les había gustado y todo...






No lo sé, hoy he salido a la calle con mis códigos QR estampados en brazos y piernas y tampoco me han dicho nada, como mucho, alguna mirada. Recuerdo que le he gastado una broma a la segurata del Prado: cuando ha escaneado el código de mi entrada, le he enseñado el que tenía en el antebrazo, diciéndole: "espera, éste también". Ella se ha reído, supongo que se ha pensado que era un tatuaje. Los únicos que me han dicho algo han sido mis amigos. Y mira que he pasado el día fuera: en el bus, en el museo, en un restaurante, en el metro, en un bar... y todo el rato exhibiéndome, a pesar del frío y la lluvia. Y nadie se ha atrevido a preguntarme qué llevaba, ni siquiera a escanearlos, ¿qué habrán pensado?
A decir verdad, eran códigos para enseñar, pero no funcionaban. Los imprimo sobre acetato y los estampo en la piel con la tinta fresca; y al estamparlos la tinta suele correrse un poco. Dos estaban hechos de este modo; los otros dos eran manuales: había impreso las líneas de los puntos y los había rellenado a mano. Mi querido Jesús me había ayudado pacientemente a pintarlos. Éstos, en teoría, sí funcionaban; pero en la práctica podías equivocarte y pintar un cuadrado que no era, o una peca podía mezclarse con el código, o éste deformarse por la propia curvatura del cuerpo...






En resumen: ¡que nadie me ha hecho caso! ¿Qué tengo que hacer para tener vuestra atención? ¿Para comunicaros? ¿Me habéis visto, o estabais mirando la pantalla del móvil? ¿Tampoco os provocó curiosidad un papelito en un plato del sushi-bar? ¿Es que ya no veis el mundo real? ¿Tendré que ser una pantalla, escribir en código y enviaros el mensaje por Whatsapp?




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