22 enero 2014

Tetsuo, el hombre de hierro



Tetsuo es la película más perturbadora que he visto nunca.



Ambientada en los rincones más industrializados y anónimos de Tokyo, la película comienza con las imágenes de un mecanofetichista que intenta hacerse un implante mecánico casero metiéndose una vara roscada en la pierna. Al descubrir que la herida está infestada de gusanos, emprende una desesperada carrera en la que es atropellado por un oficinista que se da a la huida. A la mañana siguiente, el oficinista descubre que le ha brotado un trocito de metal en la mejilla. Es el primer signo de una extraña metamorfosis en la que el metal se irá apoderando de su cuerpo y su mente hasta convertirlo en un completo engendro mecánico.

El impulso que guía toda la película es la tensión entre la tecnofilia y la tecnofobia: hasta qué punto nos dejamos fascinar por la tecnología y hasta qué punto la odiamos porque nos controla y nos aliena. Esa era la emoción que movía al director, que también es guionista, fotógrafo y actor (interpretando al mecanofetichista del comienzo). Para desarrollar la historia, Tsukamoto no recurre a corporaciones que quieren dominar el mundo ni robots del espacio exterior, sino a una mutación de la carne en un hombre que podría ser como tú y como yo, un sarariman con camisa y corbata, coche y novia. Y una cantidad de complejos bajo la superficie que el metal se va a encargar de sacar a la luz.





Si hay algo que destila en cada escena son la sexualidad y la violencia. Se podría decir que el oficinista tiene una crisis de masculinidad, a juzgar por sus pesadillas. Yendo en metro, se sienta al lado de una mujer de aspecto frágil. Ambos se fijan en una especie de excremento metálico hecho de cables, chatarra metálica y burbujeante lubricante que está en el suelo. Cuando ella lo toca, su brazo se transforma de repente en un muñón amorfo de basura industrial, y ella, poseída por un demoníaco instinto, lo persigue hasta los baños de la estación. El cyborg terrible lo acorrala e intenta matarlo, pero él se salva retorciéndole el cuello. Más tarde, tiene un sueño mecanoerótico con su novia en el que ella baila como una diosa con una serpiente que le sale de la entrepierna. Por si esto no fuera suficientemente simbólico, el oficinista termina sodomizado por ella.

Ambas escenas representan a la Monstruosidad Femenina, una visión terrible de la sexualidad femenina liberada. En su relación no vemos amor, sino sexualidad. Parece que en un mundo de alienación, la sexualidad tiene que estar necesariamente marcada por el poder. Y esto es lo que el metal representa para el oficinista: la virilidad y la violencia perdidas, que restituyen su identidad. Así es como, en un estadio más avanzado de la metamorfosis, termina penetrando a su novia con una perforadora enorme en que se ha convertido su pene.


Así es como su metamorfosis en engendro mecánico le convierte en un marginado. Pero no está solo: el mecanofetichista reaparece investido del poder de controlar los objetos metálicos y moverse a través del óxido. Emerge ridículamente disfrazado de la novia, con un ramillete de flores y la promesa de unirse al oficinista. Sigue una lucha fálica entre ambos monstruos. Es muy curiosa la relación que hay entre el oficinista y el mecanofetichista: mientras que el primero representa el metal, el fuego y la masculinidad; el otro es líquido y mutable, y se disfraza de mujer para presentarse en su casa. Hace pensar un poco en los dos Terminators de Terminator II y guarda relación con la crisis de la masculinidad que mencionaba antes. Cuando la mujer se vuelve indomable, el hombre se fusiona consigo mismo para reclamar su posición. Y así es como termina Tetsuo: con la penetración del mecanofetichista por la perforadora del oficinista y la unión de ambos en una amalgama de cables y chatarra de forma fálica que se lanza, como un tanque, a "transformar el mundo en metal".



Además del mecanoerotismo, que es la base estética del filme, y de los roles de género, que es un tema en el que siempre me fijo, hay más asuntos reflejados en la película. En la sociedad japonesa, el aislamiento, la frustración, la represión y la alienación son casi patológicas. La película no lo refleja de un modo dramático, (pues la única escena medianamente sentimental es esa en que el engendro metálico visita al cadáver de la novia que yace en la bañera cubierta de flores); sino que lo hace por medio de la violencia de las imágenes y de la facilidad con que las personas dejan de serlo. Me explico: en el cine japonés hay una tendencia muy marcada hacia lo siniestro, ese abismo en el que lo familiar se vuelve amenazador. Recuerdo haber visto alegres figuras de la mitología japonesa convertirse en monstruos en las películas de Hayao Miyazaki (p. ej. en El viaje de Chihiro), y muy particularmente en la película de anime Paprika, en la que las muñecas chinas son el símbolo del mal. En cualquier caso, todos los personajes de Tetsuo se comportan como monstruos en un momento u otro, reflejando la frágil barrera que contiene al individuo de entregarse a las pasiones del Ello.

Quisiera terminar con un comentario a la puesta en escena y el montaje sin los que Tetsuo no habría llegado a ser una película de culto.

Para empezar, está rodada en blanco y negro y con muy bajo presupuesto. Sin embargo, los efectos especiales son impresionantes. Las animaciones en stop-motion hacen que la chatarra parezca viva y nos llevan de viaje a ultravelocidad por las calles de Tokyo. Tsukamoto utiliza un montaje no-narrativo que explica con esta frase: "mi preocupación principal fue crear una serie de imágenes sensuales en la pantalla". Las escenas se suceden, se intercalan y se repiten, mezclándose y reflejándose en imágenes de televisión, llegando a ser abstractas. Para mí, esta película es como un sueño. Lo mejor es dejarse estimular con ella, sin buscarle la lógica, y disfrutar con las imágenes de mecanoerotismo, que son una auténtica gozada.

Y, si hay algo que la podía rematar, es la banda sonora: Chu Ishikawa la acompaña maravillosamente con una tormenta de sonidos mecánicos y sintetizadores, percusión y temas muy épicos. Escuchar su música es como entrar en una discoteca industrial.




La película ha sido calificada como "tecnosurrealista" y se la considera el Eraserhead japonés. Estrenada en 1989, ganó el primer premio del Fantafestival (Italia) de ese año y el premio del público del Festival de Cine Fantástico de Suecia en 1998. Lanzó a su director, Shinya Tsukamoto, a la fama, y supuso una renovación estética para el cine japonés. El mero hecho de ser japonesa hace de esta película de cyberpunk algo especial, y Shinya Tsukamoto creó un estilo absolutamente inconfundible.

Referencias


Para escribir esta entrada, me he basado en el texto de Velocidad de Escape. La cibercultura en el final de siglo (Mark Dery, Ed. Siruela, 1998), págs 296-300.
También en lla página de IMDB y en un artículo de Mark Player en la web Midnight Eye .

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