17 febrero 2014

Blade Runner, más humanos que los humanos.


Es difícil decidir qué decir sobre esta obra maestra de la ciberficción. Para mí alcanza la categoría de "sublime", y al escuchar su banda sonora no puedo evitar evocar la ciudad de luces y tinieblas, los suburbios superpoblados y decadentes, los anuncios de neones y geishas y la fuerza dramática de unos personajes que se aferran a la vida en el ocaso de la civilización.






Intentaré hacerle justicia. Comenzaré por apuntar que Ridley Scott se basó en una novela de Phillip K. Dick llamada "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" publicada en 1968. La historia sucede en una distópica Tierra contaminada por el polvo radiactivo de la que la Humanidad ha huido para refugiarse en colonias espaciales. Los únicos que quedan en nuestro planeta son los enfermos,  funcionarios y pobres, que tienen un futuro poco prometedor. Los ingenieros han desarrollado robots de apariencia humana llamados "replicantes" para realizar trabajos en la colonización, pero algunos han escapado y regresado a la Tierra. Puesto que son muy inteligentes y carecen de sentimientos, se teme que asesinen humanos, por lo que se contrata a policías cazarrecompensas para retirarlos. Rick Deckard, el protagonista, es uno de ellos: un bladerunner.

La adaptación cinematográfica de Ridley Scott difiere en algunos aspectos de la novela (1) Estrenada en 1982, se convirtió en una obra de culto, popularizando el género del cyberpunk en el mundo entero. Es la referencia que voy a utilizar para el análisis conceptual de la obra.

Comenzaré por la cuestión filosófica de los replicantes. Son un reflejo de las virtudes y los defectos humanos. En palabras de Sánchez Navarro: "La cultura popular proyecta en el cyborg todo lo que no somos, pero también todo lo que somos o podríamos llegar a ser". (2)  Aunque su cuerpo sea artificial, se los puede considerar cyborgs porque tienden a imitar (y suplantar) a los humanos. La película juega constantemente con el abismo que separa a humanos y replicantes y que no es más que la eterna pregunta por la esencia del hombre. Se dice que los pertenecientes a la generación Nexus 6 son iguales en inteligencia a los ingenieros que los diseñaron. A ella pertenecen los cinco replicantes que aparecen en el filme. Organismos cibernéticos de materia orgánica, capaces de sangrar y llorar, el único modo de reconocerlos es hacerles el test Voight-Kampff, en el que se pone a prueba su empatía. Aunque se supone que carecen de sentimientos, algunos están dotados de recuerdos falsos que les ayudan a formar una respuesta emocional frente al mundo. Conservan supuestas fotografías de su infancia como prueba de su identidad. Por miedo a que tomaran conciencia de clase y se rebelaran, se les programó una fecha de caducidad de cuatro años, al cabo de la cual su organismo colapsa y mueren.







Rick Deckard, el encargado de enfrentarse a ellos, debería contrastar por su humanidad, pero es más bien el caso contrario. Su voz es monótona, y su actitud, desapasionada. Actúa como un hombre que ha perdido la esperanza en sí mismo y en la humanidad. Acepta el encargo de cazarrecompensas, aunque le repugne, por la presión de su ex-jefe Briant. Va a necesitar una conmoción tan fuerte como que uno de los replicantes le salve la vida para replantearse su actitud. Rachael le salva de morir a manos de León y le pide que le acoja. Deckard es el que ha revelado su verdadera identidad, y debería retirarla; y sin embargo acude a él. Está en plena crisis, y Deckard, encasillado en su papel de "detective amargado", no es capaz de mostrar un ápice de ternura con ella. A la luz de esta forzada intimidad, debería seguir una escena erótica, que es conocida sin embargo como "la violación del pasillo", por el modo violento en el que él le impide salir de casa y la acorrala contra la pared, diciéndole "Bésame. Dilo. Dime que me quieres".



Es una extraña pareja, la de Rachael y Deckard. Ambos son como carcasas vacías que un día estuvieron llenas de vida. Deckard, vestido con una bonita gabardina futurista, es la sombra de un gran cazarrecompensas. Rachael, con su frialdad, su elegancia y su cigarrillo, encarna la imagen de la femme fatale. Pero su papel es más el de una niña que el de una mujer, no sólo por su físico, sino en su manifiesta inseguridad. Ella era la única de los replicantes que desconocía su condición, tenía implantados los recuerdos de la sobrina de Tyrell. Esta duda le hace depender de Deckard. Ambos  actúan como antihéroes, unidos por el vacío identitario.

Analicemos a continuación a los replicantes fugados de las colonias espaciales. Jimena Escudero Pérez hace un análisis profundo de los roles de género manifiestos en ellos. Le llama la atención, en primer lugar, el atractivo físico de las tres replicantes. Citaba un comentario de Ridley Scott en una entrevista: "Si vas a hacer replicantes femeninas, ¿por qué querrías que fueran feas?". Los actores han sido elegidos desde un punto de vista heterosexual masculino. La misma ley no se aplica a León, por ejemplo. Volviendo a la construcción de las replicantes femeninas, dentro de su condición de esclavas, deberían ser mujeres emancipadas, al menos al nivel de sus compañeros masculinos, ya que no han recibido una educación sexista ni están sujetas a la maternidad como las mujeres humanas. Y así lo son las dos replicantes fugadas, Pris y Zhora, aunque bajo una evidente objetualización.



La primera en morir es Zhora, mostrada como perteneciente a la brigada de homicidios, "algo así como la bella y la bestia". Trabaja en un club de alterne del barrio del placer como "Salomé", una bailarina con serpientes. La presentan como "la serpiente que una vez corrompió al hombre". Actúa con el cuerpo moreno al desnudo, llena de purpurina y aspecto animal. Cuando Deckard la aborda, no le importa que la vea desnuda, dando a entender que las replicantes no tienen pudor. El engaño con el que el detective se cuela en su camerino es hacerse pasar por un agente de la Federación Americana de Artistas de Variedades, preguntándole si ha sufrido abusos o coacciones sexuales en su trabajo, mostrando que la situación de la mujer trabajadora del futuro no difiere mucho de la actual. Zhora sospecha del repentino interés del gobierno por su bienestar y huye de Deckard. Sigue una persecución por las calles atestadas de gente hasta que las balas del cazarrecompensas le alcanzan por la espalda y cae a través de unos cristales. Esta escena es muy violenta y, a la vez, muy estética. Irónicamente, el escenario de su muerte es una tienda de maniquíes.

Por otro lado está Pris. Se define como "un modelo básico de placer", con un hermoso cuerpo y un aire felino. Demuestra ser tan bella como astuta. Se presenta ante J.F. Sebastian, un ingeniero de Tyrell Corporation, como una joven desvalida que no tiene a dónde ir, consiguiendo así refugio para ella y su amante y una conexión con Tyrell. Cuando llega Roy Batty, vemos el primer beso de amor de toda la película, y la primera muestra de tristeza al verle lamentar la muerte de León. Sí, Pris y Batty son hermosos, inteligentes y además tienen sentimientos. Queda patente en el desayuno, en el que Sebastian les dice con admiración: "ustedes son diferentes. Tan perfectos". De un modo educado, pero que no admite negación, convencen a Sebastian para que los lleve ante Tyrell. En la ausencia de Roy Batty, Deckard encuentra a Pris y la abate. Primero tiene que reconocerla entre los montones de autómatas que abarrotan la casa de Sebastian. Su modo de hacerse pasar por maniquí es una exaltación siniestra del modo en que se la fetichiza y objetualiza como mujer replicante. Al ser descubierta lucha fieramente, cual amazona, e intenta estrangular a Deckard entre las piernas. Éste se libra y la mata de un disparo en el vientre; como si le amputara su capacidad maternal (aunque no la tenga) en venganza por el acoso sexual que acaba de sufrir.



Pero, antes de pasar a esa parte, consideremos la situación de las tres replicantes. Zhora se había integrado en la ciudad trabajando, y Pris se consigue un protector. Nada muy heroico, pero, a diferencia de Rachael, se buscan la vida. Usan sus capacidades, que provienen principalmente de su sexualidad. Jimena Escudero Pérez recalca la violencia empleada contra ellas (tienen las peores muertes en comparación con ellos) y señala que es un castigo simbólico, mientras que la única que sobrevive es Rachael, la menos revolucionaria de las tres, y que hace el clásico papel de "la chica que hay que rescatar". Concluye que la película perpetúa los roles clásicos de género, aunque los presenta de un modo novedoso e interesante abierto a muchas posibilidades. (3)

Por último, quisiera hacer una lectura religiosa del filme. Como en Terminator, los personajes son tan dramáticos y empatizamos de tal manera con su destino que se advierten resonancias bíblicas por todas partes. En este caso, la Humanidad es el mito de Saturno, que se comió a sus hijos por miedo a que lo mataran; sin embargo es más fácil empatizar con los replicantes porque demuestran ser más humanos que los humanos y, al igual que nosotros, saben que van a morir. Uno de los momentos más místicos del filme es la visita de Roy Batty a Tyrell, el director de la corporación que los ha fabricado. En el orden simbólico, representa al viejo sabio, y especialmente a Dios, que los ha creado, que vive entre candelabros y que juega al ajedrez como quien maneja el destino del mundo. Roy le saluda diciendo "quiero vivir más, padre". Tyrell le recibe como "el hijo pródigo", pero le niega la vida eterna. Roy Batty lo besa, ritualmente, antes de matarlo hundiéndole los ojos con los pulgares. (4) Ahora puede decirse a sí mismo: "Dios ha muerto". Con su aspecto ario, es el superhombre nietzscheano que se enfrenta a Dios para inventar su propia libertad más allá del Bien y del Mal.



Al volver a casa de Sebastian, encuentra el cadáver de Pris y llora su muerte, besándola y manchándose con su sangre. En una especie de trance, empieza la persecución final de Deckard, en la que atraviesa las paredes semidesnudo y se mofa del bladerunner. Ambos se hieren una mano, el replicante le rompe los dedos al cazarrecompensas y luego se clava un clavo a sí mismo para no quedarse paralizado. Deckard intenta escabullirse por todos los medios y acaba colgando de la azotea del rascacielos. Roy Batty lo alcanza y, para su sorpresa, le salva la vida. Después de pronunciar sus últimas palabras, suelta una paloma blanca que sale volando. En este momento recuerda al Cristo crucificado y abandonado de Dios, y cuya alma asciende a los cielos. Esta muerte se asemeja a la del Terminator que, en la segunda película, se sumerge en el tanque de hierro fundido con el pulgar levantado; pero el arquetipo no es exactamente el mismo, porque mientras que Terminator se sacrifica voluntariamente una vez cumplido su deber, Roy Batty ha luchado por su vida y ha matado a su creador, transgrediendo el rol para el que había sido creado. Y, cuando no le queda más remedio que morir, lo hace con un gesto de amor por la vida y por el mundo: muere en paz.




Y, para concluir, quería hacer una observación sobre la escenografía de la película, muy impresionante y sin la cual no habría alcanzado el estatus que tiene. Los Ángeles de 2019 tiene un aspecto de colmena con sus temibles rascacielos, las luces brillando en la atmósfera densa de lluvia ácida. Llueve en la mayor parte de la película, y siempre es de noche; salvo en la escena final, después de que Roy Batty muera, deja de llover y sale el sol. No parece haber una sola calle limpia y ordenada, todo es gris, polvoriento y decadente, como en las películas cyberpunk. La globalización es evidente, especialmente, la influencia de oriente, que está presente en las grandes pantallas con la cara de una geisha, los comercios y las gentes que abarrotan las calles. Los interiores son muy interesantes: la corporación Tyrell, el piso de Deckard, la oficina de Bryant y la casa de J.F. Sebastian. En primer lugar, la Tyrell Corporation tiene forma de pirámide truncada y su interior, en el que tiene lugar la entrevista con Tyrell y Rachael, simula un templo egipcio. Es curioso cómo la vanguardia tecnológica se viste con la gloria de antiguas civilizaciones míticas. La Tyrell Corporation, pues, no aparece como una fábrica industrial, sino más bien como "la casa de Dios". La habitación de Tyrell, que se encuentra en lo alto del edificio, merece una descripción aparte. A la cálida luz de los candelabros, vemos la cama con dosel, las figuras de arte antiguo y el tablero de ajedrez. Entra en el orden de "lo sagrado", pero también remite a "la habitación del padre", lo cual es muy significativo teniendo en cuenta cómo mata Roy Batty a su creador. En el otro lado, las casas de Deckard y Sebastian y la oficina de Bryant. Las tres muestran una llamativa acumulación de objetos antiguos: la oficina parece haber sido recortada de una película de gángsters de los años cincuenta; Deckard vive en una casa poco acogedora pero el rincón del piano tiene su encanto, con la colección de fotografías antiguas en el atril. J.F. Sebastian vive rodeado de muñecos, marionetas y amigos robóticos que se ha construido para que le hagan compañía. Es como si los tres hombres necesitaran coleccionar objetos para no olvidar su identidad.




1
La novela es menos épica y los personajes son más turbios, si cabe. Los animales artificiales tienen una importancia enorme para los habitantes de la Tierra, que los ven como última garantía de su decadente humanidad. Rick Deckard se pasa la novela intentando comprarse uno, creyendo que puede ser la solución a todos sus problemas. No está divorciado sino casado, y engaña a su mujer al mantener relaciones sexuales con Rachael. Es, en definitiva, menos bueno que su homónimo en la película. El escritor no se corta en cuestionar que sea realmente un replicante. A diferencia de los humanos, los replicantes no poseen animales ni pueden realizar la fusión con el dios Mercer. Se supone que carecen de empatía. Pero los humanos, irónicamente, dependen de una especie de radio llamada "sintonizador de ánimo Penrose" para modular su estado anímico.

2
SÁNCHEZ NAVARRO, J. (2002). "Delirios metálicos. Morfologías limítrofes del cuerpo en la cyberficción". En VV.AA. (2002) "La Nueva Carne. Una estética perversa del cuerpo". Madrid, Valdemar.

ESCUDERO PÉREZ, J. (2010), Tecnoheroínas: identidades femeninas en la ciencia ficción cinematográfica. Oviedo, KRK ediciones, colección Alternativas.Págs 97-98:
"La crítica cinematográfica popular ha apuntado frecuentemente que Blade Runner puede tener una lectura muy (de)constructiva, como denuncia al decadente universo hollywoodiense y, en definitiva, al culto a la estrella y la imagen en oposición a la persona real. De esta forma, se estaría atacando una serie de dicotomías tradicionales con cuyos límites la película juega constantemente, como el amor y el odio, lo natural y lo artificial, lo humano y lo replicante, la realidad y la ficción (el cine), etcétera, paralelismo en el que los replicantes tendrían un papel ejemplarizante. Podemos concluir, por lo tanto, que esta ingeniosa y ya legendaria producción perpetúa los estereotipos clásicos de género considerablemente, teniendo en cuenta el marco hipotético de la narración. Sin embargo, lo hace con una fórmula novedosa, de la que se podría inferir que estos mismos estereotipos están siendo atacados, literalmente perseguidos, desde la denuncia de unos personajes cuya estructura incorpora importantes avances en la consideración de la identidad."

4
Esta forma de asesinato no es casualidad. Los ojos y la mirada tienen una importancia simbólica constante en la película: la primera escena es un primer plano de un ojo en el que se reflejan fuegos artificiales; el primer robotista al que acude Roy Batty con León es un fabricante de ojos artificiales; la ditalación de la pupila es un signo delator en el test Voight-Kampff; luego está la muerte de Tyrell y el discurso final de Roy Batty justo antes de morir, que empieza diciendo "he visto cosas que no creeríais".

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