Empecemos por el más cursi, Crepúsculo. Mucho he dicho sobre este libro (personalmente y a través de los protagonistas del cómic Otoño), pero cuando lo leí, en su momento, tuve una reacción muy distinta. La lectura me enganchó y me sentí identificada con Bella más de una vez, porque yo también soy muy platónica... El argumento de las siguientes entregas y la puesta en común con mis amigos, todos esforzados críticos de la saga, me llevó de un "no está mal" a un "menuda mierda". Pero eso ya va en función de los gustos personales.
Seguro que conocéis la historia. Chica conoce a chico y el amor puede con todas las dificultades. Stephanie Meyer aprovecha para predicar la iglesia mormona en boca de vampiros vegetarianos, ¡ejem!... Dije que no haría una crítica sino una reflexión, allá voy. Como decía, me sentí identificada con esa protagonista que llora en primera persona sus miedos, vergüenzas y deseos negados. Yo también soy débil... ¡pero no tanto!
Lulú es todo lo contrario. Almudena Grandes desgrana, también en primera persona, a una mujer que quiere ser libre a través de su libido. No he leído una confesión más sincera de los deseos más íntimos de una mujer. ¿Por qué esta búsqueda desesperada y autodestructiva? Lulú, en el fondo, no es sino una prisionera de sí misma en una cárcel de terciopelo. Cuando los hombres se van, la vemos llorar su inocencia sangrante...
Más allá de que haya escogido dos ejemplos de la dicotomía en la representación clásica de la mujer (virgen / puta), quiero hacer ver que la esencia de estos dos personajes es la misma. Lulú y Bella, cada una a su manera, son la niña que no quiere ser mujer. Creo que todas nos podemos sentir representadas en ese punto. Y es que ser mujer... da mucho miedo.
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