07 agosto 2014

Old friends

Te vas, y dejas la taza vacía en la mesa.

La noche fue tan divertida... Hablando y riendo, entre el arroz y la ginebra, mientras tecleabas en la máquina de escribir las primeras páginas de algún best-seller. Me dijiste que te sentías en familia. Yo dudaba que aún pudiera resultar acogedora para nadie. Anoche nos quitamos las armaduras de pinchos y las máscaras que llevamos siempre para disfrutar de la intimidad, para tomarnos el pelo, para mostrar nuestras heridas de guerra.

Esta mañana te has marchado temprano y me he quedado mirando tu taza vacía en la mesa. Y he dado las gracias por que después de tantos años siguiéramos siendo amigos. Incluso he dado las gracias a nuestros torturadores, en esa cárcel que llamábamos colegio, porque nos maltrataran y así pudiéramos conocernos y querernos. Porque, si no hubiera sido así, si nos hubiéramos conocido ahora... no sería lo mismo. Llevaríamos nuestras máscaras y nos cubriríamos la sensible piel con armaduras de pinchos -que son imprescindibles en este mundo tan violento-. Quizá no fuéramos capaces de atravesarlas y nos perderíamos lo mejor de nuestro ser. La violencia de este mundo nos enseñó de pequeños a construir una armadura... al margen de nosotros.

Ahora, mientras te imagino cogiendo la bici, no puedo dejar de alegrarme de que, pese a las batallas perdidas, la inocencia en peligro de extinción y un sabor cada vez más ácido y amargo en la boca; todavía tenga algo que darte y pueda verte desnudo, a ti que siempre me regalas lo que eres.

Recojo nuestras tazas y me pongo a trabajar.



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