27 agosto 2014

Proyecto Casa de muñecas. Teoría.

Sobre las explicaciones que hice en la entrada anterior, me gustaría continuar con la argumentación teórica referente a las"muñecas"...


Creo que ya quedó explicado mi enfoque a las muñecas como objeto lúdico y pedagógico en cuanto a modelos de mujer. Eso hace referencia a la muñeca vista por los ojos del niño (o la niña). A continuación haré unas observaciones que tienen más que ver con el papel de las muñecas en el mundo adulto.


Lo siniestro


El principio que permite querer y aprender de la muñeca es la identificación. Su forma, más o menos idealizada, imita al cuerpo humano, puede articularse e incluso llega a abrir y cerrar los ojos cuando se lo inclina. Muchos sentimos aprensión ante estas demostraciones de realismo, máxime hacia las muñecas de porcelana. ¿Por qué un objeto bello y delicado como las muñecas de porcelana debería darnos miedo? Porque son siniestras. Esta característica de las muñecas es una de las bases estéticas del proyecto.

Comencemos por la definición de lo siniestro. Freud explica en su artículo de 1919 la etimología del término, en alemán 'unheimlich', siendo el contrario de la palabra 'heimlich', que tiene como acepciones la de "seguro", "relativo al hogar", "sagrado"; pero también la de "oculto". Concluye que "lo siniestro es lo reprimido que retorna bajo el aspecto de lo familiar".
(Sigmund Freud: "Lo siniestro", 1919)

Utiliza como ejemplo el cuento de E.T.A. Hoffmann llamado "El hombre de la arena", en el que un joven se enamora de una autómata. La muñeca, Olimpia, representa para él la mujer perfecta: un ideal de belleza, que canta, baila y toca el piano, y que le presta toda la compañía y atención que él quiere, a diferencia de su prometida. Se trata de un amor narcisista. Pero este amor se vuelve obsesivo, y resulta ser la expresión del miedo al padre de la infancia: el protagonista teme que le arranquen los ojos. Olimpia es, según Freud, el complejo del protagonista que se ha separado de él y se le enfrenta. Pese a que intenta vivir una vida normal junto a una mujer real, su obsesión persiste y le lleva a encontrar un trágico destino.

Hay otra definición de lo siniestro dada por Jentsch, contemporáneo de Freud, para quien lo siniestro es lo novedoso, lo no familiar, aquello que no se puede explicar. Destaca como siniestra por excelencia la duda de que un objeto aparentemente inanimado esté vivo, o a la inversa, de que un ser vivo resulte ser un cuerpo inerte.
(Ernst Jentsch: "Sobre la psicología de lo inquietante", 1906)


Esta es la idea que corre por nuestra mente a la vista de un autómata o un muñeco de cera, y resulta abrumadora frente a los robots más modernos que tienen piel de silicona, y que pueden moverse, gesticular y hablar (por ejemplo el modelo japonés Actroid). Están pensados como robots de compañía y para prestar servicios de cara al público; pero su parecido es tan grande que resultan inquietantes. Se encuentran en el nivel más alto de la escala del Uncanny Valley, o "Valle siniestro", una teoría muy conocida en el campo de la robótica según la cual, cuanto más parecido es un robot a un humano, más agradable resulta; pero a altos niveles de realismo llega un punto en el que pasa de provocar una fuerte atracción a un fuerte rechazo. Aquí entraría en juego lo siniestro, desde la visión de Jetsch.
(Wikipedia, página del Valle Inquietante)






He hablado de la muñeca como mujer ideal. En el libro "Máquinas de amar" de Pilar Pedraza he encontrado muchos ejemplos maravillosamente explicados de mujeres artificiales en la literatura y el cine. Esta inteligente investigadora abre su ensayo con el siguiente párrafo:

"Hay una fantasía flotando, tenaz, en nuestra cultura desde hace siglos: la de que el hombre creó a la mujer. Y otra aún más osada: la de que el hombre produce criaturas femeninas más hermosas y mejores que las mujeres, con las que puede sustituir a éstas con ventaja para lo bueno y para lo malo, para el amor sublime y para la paliza mortal. Esta última falacia es muy persistente".
(Pilar Pedraza: Máquinas de amar. Secretos del cuerpo artificial. Ed. Valdemar, Madrid, 1998)

Una de las primeras narraciones que cumplen estas fantasías es el mito de Pigmalión y Galatea, recogido por Ovidio en sus Metamorfosis.

El mito de Pigmalión y Galatea


Había en Chipre unas mujeres, llamadas las Propétides, que no reconocían la divinidad de Venus. La diosa las convierte en piedra, y ellas, privadas de pudor y de ternura, se dedican a la prostitución. Pigmalión, el rey de Chipre, las desprecia por ello, y hace este odio extensible a todas las mujeres, viviendo soltero y solo. Decidió tallarse una mujer de marfil, que sería la única pura y digna de su amor. Creó una figura bella como la diosa del amor, y se enamoró de ella, al punto de que la empezó a tratar como su amada, haciéndole regalos, vistiéndola y durmiendo con ella. El día de la fiesta de Venus, Pigmalión hizo una ofrenda y rogó para encontrar una esposa como la joven de marfil, pues no se atrevía a pedir directamente que fuera ella misma. Venus se apiadó y e infundió vida en la piedra, y así al volver a casa Pigmalión encontró a su amada  en la cama, y al tocarla comprobó que estaba viva.

Se casaron, y su descendencia tuvo extraños amores: su hija Pafos tuvo a Cíniras, que cometió incesto con su hermana Mirra, de quien nació Adonis, joven que fue amante de la propia Venus.
(Ovidio, Metamorfosis, X).

El mito de Pigmalión ha tenido una gran repercusión en la cultura occidental y se ha representado numerosas veces en el arte la imagen de la estatua cobrando vida de manos del artista en el taller. Lo que más me interesa de este mito es la idea de la mujer ideal creada por y para el hombre, un espejo narcisista, incapaz de moverse ni de hablar, sin deseo propio y sin libertad. 

Aunque se podría pensar que la historia de Pigmalión y Galatea no tiene que ver con el proyecto, quería contarla por ser la primera mujer artificial, creada para ser un objeto erótico y un ideal de belleza. Las muñecas que me interesan no están creadas para el amor, sino para el juego y el aprendizaje; pero todas beben del mismo imaginario masculino.





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